¡Salud Manolito!. Colaboración enviada por Gerardo Méndez Cavanillas, socio 631 de Apoloybaco.

A primeros de noviembre de este año, 2012, el club de novela negra de la librería Taiga, en Toledo, celebró el cuarenta aniversario de la aparición de Pepe Carvalho, como se merece su creador, una tertulia y una cena. En la tertulia, miembros del club presentaron los comentarios de la lectura previamente comprometida de algunas de las novelas de la serie. Entre las no asignadas estaba Asesinato en el Comité Central. No tuve tiempo suficiente para la relectura y quedéme con ganas de aportar mi presentación a tiempo. Ahora lo hago.

Club de novela negra Taiga en Facebook:

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Hace más o menos un año, escribí:

Dice Clark Gable al final de Sed de mal: «…No habrá más remedio que buscar otra manera de vivir, si es que queda alguna.»

Y se ve obligado a abandonar una vida en equilibrio con la naturaleza, en este caso equina, por ser destruida esa relación por la invasión de los intereses del capital, de la apropiación privada, de la privatización de algo común a todos, como es la relación con lo inviolable de la naturaleza, la vida misma y la propia decisión.

La vida misma y la propia decisión es de lo que parece escribir Manolito en Asesinato en el Comité Central.

La vida misma y la propia decisión de los comunistas, claro está, como él mismo, y por eso me permito el diminutivo con Manuel Vázquez Montalbán (no creo que él me lo permitiera, a mí, un desconocido madrileño). Por eso, que también comunista soy, al menos así me siento, y por algo más a lo que luego volveré.

La vida misma y la propia decisión adquieren, con Manolito, el carácter de premonición; escrita entre abril de 1979 y enero de 1981, y editada por primera vez en marzo de 1981 por Planeta, quizá no sonara mucho tras el estrépito del 23-F. Sin embargo, novela la violencia en las alturas de la política, de la lucha por el poder. Y desde su propia concepción de vida, la vida misma, y desde la subjetivación en Pepe Carvalho, conjuga la gastronomía en maridaje vivido con la actividad política, la propia decisión.

Gastronomía que retorna en el tiempo la vivencia del cocido madrileño, treinta y tantos años atrás, superadas por muchos, no todos, las penurias de posguerra. Hoy se ofrece el cocido en Madrid como entonces, pero atacan los callos de mano de los restauradores, como saltando de la cazuela a la mesa pretendiendo hacerse con un plato en el menú, en la carta, aunque con ansias más modestas que el dominador absoluto de la tabla: el COCIDO MADRILEÑO.

Tres referencias gastronómicas, entre otras muchas, he hallado de interés en Asesinato.

La primera, en la visita de Salvatella y Santos a Carvalho para encargarle la investigación, el Salvatella del Ejecutivo del PSUC que sólo reconocía, en tiempos, los tribunales de la República, y Santos, el eterno segundo del PCE. Hablan de la Casa del Abuelo y sus gambas, de la tasca de María la de Cebreros y sus riñones de cordero, sal, pimienta, a la parrilla y un chorrito de aceite y limón, del barrio madrileño de los Austrias, en donde antes había una tasca ahora hay una cafetería y te sirven unos callos a la madrileña hechos con cubitos de caldo concentrado y chorizo de burro, y profundizan en los callos, que les pasa lo mismo que a la fabada asturiana, que son de lata, de lata…

La segunda, justo a continuación, en la despedida de Charo y Biscuter, que son como el blanco y el negro en que Manolito envuelve a su Pepiño, ¿o a su Pepinho?, ideales para el cine que reclama Carvalho, sin más color que la decisión, consciente, entre la cara y la cruz, entre la vida y la cruz. Allí se dice que Madrid sólo ha aportado un cocido, una tortilla, la del Tío Lucas, y unos callos, al acervo de la cultura gastronómica del país, exhibiendo de seguido sutiles sugerencias alternativas (¿periféricas, Salvatella?, nota bene para los que han leído Asesinato) como el rape al ajo quemado de Les Quatre Barres, escupiñas de la Boquería, el bacalao a l´hostal o la capipota con sanfaina del figón Pa i Trago, la tripa a la catalana con judías…

Los callos con garbanzos siempre han sido gallegos.

Apalabran el vino, Salvatella y Carvalho, para acompañar al siguiente día un arroz con escupiñas, y eligen un adolescente Viña Esmeralda, hasta la muerte, para presentar el mejor talante. Finaliza la parrafada proponiendo la declaración de interés nacional para la superviviente casa de condones La Pajarita.

Y en la siguiente nos regala una gloriosa receta paso a paso de esas almejas pobres. Privo a los interesados de su transcripción y les aconsejo buscarla a partir de la página 39, tendrán ganas de recrearla, y de releerla… hasta llegar a su degustación como antítesis del arroz a la valenciana, sencillez frente a barroco.

Y la tercera, volviendo al cocido, gira en torno a la cultura del pot au feu a la española, caracterizada por el garbanzo. Y aquí he de ser crítico, con el mismo marxismo montalbano, que me perdonen Camilleri y su Salvo, pues Manolito universaliza el cocido al afirmar que el matiz característico del cocido lo aporta la legumbre seca, sea la lenteja del Yucatán, el frijol negro brasileño o el garbanzo de los pueblos de España, diferenciando el madrileño y el catalán en la contraposición del chorizo a la butifarra de sangre y a la pelota.

Un aroma de maniqueísmo se ha introducido en la buena cocina. ¿O en la buena mesa?

En estos tiempos en que el nacionalismo ha desplazado al internacionalismo en el ideario de las masas, término tan poco oído ahora como el de lucha de clases, no es lo mismo decir Madrid y Cataluña que Barcelona y Castilla. ¿O que el Barça, algo más que un club, y España?

Para ventilar la cocina, o la sala, nada mejor que el recuerdo de otros aires, de otras ondas, que explican la otra razón de mi arrogancia en el uso del cariñoso diminutivo…

Manolito y mi mujer intercambiaron unas palabras, con todo lo que llevan las palabras, en una entrevista radiofónica, y allí Manolito, Váquez Montalbán, nos contaba que todos los platos y recetas que alegran la vida de Carvalho, los ha probado y las ha cocinado.

Nos das envidia, Manolo, pero se compensa con el agradecimiento que merece la generosidad de quien nos ha legado esas recetas afrodisíacas, eufemísticamente publicadas como inmorales, y todo un bosque de literatura, de pensamiento, en que descubrir no sólo los placeres de la carne, del pescado, del pecado y hasta de la fe, pero siempre los placeres, sino nuestra propia vida, la vida misma, y nuestra propia reflexión, nuestra propia decisión.

Ah! Se me olvidaba, ¿alguien sabe qué es o cómo se hace la capipota, que ni en internet lo encuentro, acompañada de sanfaina, que quizá sea un catalanismo de la extremeña chanfaina?

Ahí hay pie para investigar y para escribir, pero mejor en la mesa de la cocina, acompañados de un adolescente blanco, sea a base de moscatel y gewürztraminer, como el inmortal Viña Esmeralda de Torres, de airén, verdejo o viura sólo, como el Finca Antigua de Los Martínez Bujanda en los Hinojosos, de sauvignon blanca como la del Acantus de Yepes, de riesling como el Campo Anhelo de Sánchez Delgado en Moral de Calatrava, o de tantas y tantas variedades que nacen y se beben en Iberia, vinos verdes, blancos, rojos, chacolis y chardonnays por el Norte, ay, Otazu y tu señorío…, los blancos de Cádiz, la colombard y la palomino, los portos tintos que embarcan en Caminha para atravesar el Miño y descubrir los albariños, los ribeiros, Manuel Rivas, José Luis Cuerda, amanece que no es poco, y la gloria de la godello de Valdeorras, que va bien con todo, hasta con…

¡Hasta con callos con garbanzos a la gallega!

Me extiendo demasiado, no acabaría, y he de cortar apostando por la vida, o por la vida misma, como dice Vázquez Montalbán en la presentación de sus recetas inmorales, treinta apuestas por otra posible moral (otra manera de vivir, decía Clark Gable), por una moral hedonista al alcance de los partidarios de la felicidad inmediata basada en el uso e incluso abuso de sabidurías inocentes: saber guisar, saber comer, intentar aprender a amar.

¡Salud, Manolito!

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